Espoleado por la resonancia mundial que obtuvo con su expedición Kon-Tiki ocho años antes, el explorador noruego Thor Heyerdahl comenzó a maquinar, entrada la década de 1950, un nuevo viaje por la Polinesia. El proyecto de investigación duraría casi un año a lo largo del Océano Pacífico, y la primera parada sería la isla de Rapa Nui, el territorio de cultura polinésica más oriental y cercano al continente americano.
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A lo largo de unos meses febriles, Heyerdahl reunió una tripulación, un equipo de arqueólogos, obtuvo un barco y la bendición -acompañado de subvenciones y patrocinios, por supuesto- de la familia real noruega. En 1955 se plantaba en la isla de Pascua. Allí, con los permisos perceptivos del gobierno chileno, comenzó unas excavaciones arqueológicas encaminadas a aventurar nuevas teorías sobre las antiguas culturas pascuenses y su relación con los polinésicos que se hallaban más al oeste, en medio del Océano Pacífico.
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"Yo no tenía Aku-aku. Claro que tampoco sabía lo que era un aku-aku, de modo que es muy difícil que hubiese podido utilizarlo de haberlo tenido". Heyerdahl comienza así el ameno relato de esta expedición. Como siempre, el explorador noruego pone empeño en que sus estudios tengan rigor y seriedad, pero el lector acaba tomando su prosa como una aventura divertida. Ello no impide que se realizaran algunos experimentos interesantes. Los miembros del grupo tomaron medidas de las estatuas gigantes talladas en lava volcánica (moais), excavaron hasta desenterrar torsos enteros y descubrir los grabados que tenían en pecho, vientre y espalda; desplazaron una pieza de su sitio y accedieron a las cuevas secretas que los nativos pascuenses guardaban con celo desde tiempos antiguos.
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No todos los aventureros y exploradores que habían pasado antes que Heyerdahl por rapa Nui habían confraternizado tanto con los i´ndígenas. Desde que el día de Pascua de 1722 el navegante neerlandés Roggeveen -el primer avistamiento europeo había sido del pirata inglés Edward Davis treinta y seis años antes- bautizara la isla, muchos avatares, no siempre agradables, habían tenido lugar entre blancos y nativos. El holandés casi pasó de largo. Además de darle nombre, constató en su cuaderno de bitácora que los indígenas rendían culto al sol y "tenían gran habilidad para robar", hecho que también citan viajeros posteriores. Seguramente lo que sucedía era que los pascuenses estaban fascinados por objetos que no habían visto nunca antes.
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El navegante español Felipe González tomó para el reino de España posesión de la isla en 1770, rebautizándola de San Carlos. La violencia empleada contra los habitantes de Rapa Nui marcaría los siguientes desembarcos. Al llegar James Cook en 1774 en plan pacífico, prácticamente vio la isla desierta, pues los indígenas se ocultaron por temor a nuevas matanzas.
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Los acontecimientos eran muy diferentes en 1955. aunque la isla seguía siendo un rincón del mundo, sin pista de aterrizaje para aviones, ni puerto ni contacto regular con Chile (un barco abastecía de suministros una vez al año), Thor Heyerdahl, utilizando los servicios del entonces alcalde de Pascua, se ganó la simpatía de muchos habitantes de la isla. Heyerdahl siguió con sus teorías que conectaban las culturas polinésicas entre sí, desplazó un moai utilizando el método "de la nevera" -es decir, haciéndolo girar de pie sobre su eje- y dejó huella entre los pascuenses. Posteriores investigaciones han querido dejar en anecdóticas sus investigaciones, pero, como mínimo, debemos reconocerle que enseñó al mundo entero que cada persona tiene un pequeño espíritu que cuida de él, su aku-aku.
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[redacción de ALTAÏR, nº 17, 2002.
Imagen en: http://antrophistoria.blogspot.com/]
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