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47.2 nuestros desiertos. actualidad en la prensa


La vida transcurre tranquila en San José. Excepto en verano, cuando llegan las hordas de turistas, el resto del año sólo unas cuantas barcazas salen a faenar, y los camiones de reparto que suministran género al supermercado local rompen la monotonía de sus callejuelas somnolientas. Si no fuera por la exitencia de un hotel con precios desorbitados y por el desmesurado número de restaurantes por metro cuadrado, se diría que nadie llega a este rincón olvidado del sureste español.
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El paisaje que rodea San José es tan fascinante como increíble. Tierras rojizas, negras, áridas como pocas, se desparraman por los cerros pelados, a los que se agarran los palmitos, las coscojas y los azulaifes. Hay dunas de arena, cárcavas resecas y salinas interminables en las que descansan flamencos rosados, y un cielo azul cegador que inunda todo con una luz intensa y viva. Pero sobre todo hay soledad, una enigmática soledad batida con frecuencia por el viento de Levante.
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Según los manuales, el parque natural del Cabo de Gata es un modelo de biotopo subdesértico mediterráneo, de naturaleza volcánica, con clima xerotermo y vegetación estepárica, pero para los no inciados es, sencillamente, uno de los desiertos más bellos y armoniosos de la geografía española.
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Hablar de desiertos en España puede parecer un poco atrevido. Nuestro país no se encuentra en la franja de clima seco que justifique la presencia de zonas en las que la arena, la piedra y la escasa vegetación dan forma al paisaje. Y sin embargo los hay.
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Desde hace unos 8.000 años, un lento pero inexorable proceso de aumento de las temperaturas y de la aridez ha ido adueñándose de buena parte de la cuenca sur mediterránea. Lo que hace milenios eran herbazales y bosques se han transformado ahora en estepas de tipo semiárido, con temperaturas medias elevadas y lluvias torrenciales. Ello ha dado lugar a una morfología tal que hay que acercarse al borde sahariano, a los desiertos pedregosos del Sinaí o Jordania, o a las riberas del Éufrates y el Tigris, para ver otras similares.
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Pero en el proceso de desrtización hay que incluir otro factor: el hombre. Sin ser la principal causa -no hay que ser vanidoso, a pesar de nuestra reconocida capacidad de destrucción los procesos de la naturaleza siguen siendo infinitamente mayores- el hombre ha contribuido en buena manera a desertizar amplias zonas de la Península Ibérica.
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El exclusivo pastoreo, la tala indiscriminada de árboles, la roturación de terrenos para convertirlos en suelo agrícola, y el abandono de esos mismos una vez ya no eran productivos, han acabado con gran parte de la cobertura vegetal, con una consecuencia lógica, al perder la sujeción natural, es arrastrado por las lluvias torrenciales dando lugar a surcos, cárcavas y torrenteras donde antes había espacios cultivables. Este es el caso de los desiertos del sureste español, principalmente Almería y Murcia.
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[Imágenes: superior: Los Monegros, Zaragoza-Huesca.
central: Parque Natural del Desierto de Tabernas.
inferior: Estepa de Belchite, Zaragoza.

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