el akelarre de zugarramurdi
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A unos 400 metros del pueblo de Zugarramurdi, el torrente Urbia, más conocido como Infernuko Erreka (río del infierno), ha perforado la roca calcárea y ha formado un túnel de unos 120 metros de longitud que alcanza alturas de 12 metros. El lado más abierto del túnel recibe el nombre de Sorginen Lezea (cueva de las brujas) y el más estrecho, en el extremo opuesto, se denomina Akelarrelezea (cueva del akelarre). En la parte más alta existen otras dos galerías de tamaño más reducido a ambos lados. Pero la fama de las Cuevas de Zugarramurdi proviene de un trágico suceso. A comienzos del siglo XVII, desde Zugarramurdi se dio aviso a la Inquisición para que interviniera en un caso de brujería. Tras meses de investigaciones, 300 personas fueron culpadas de delitos de brujería aunque sólo 31 (vecinas de Baztan, Urdazubi y Zugarramurdi) fueron encausadas y trasladadas a Logroño. De ellas, 11 sobrevivieron, varias murieron en la cárcel por torturas y el resto -6 mujeres y 2 hombres de Zugarramurdi- fueron condenados a morir en la hoguera acusados de brujería por el tribunal. Con este auto de fe, finalizaron las persecuciones de supuestos brujos y brujas en Navarra y la gruta en la que supuestamente tenían lugar los akelarres quedó ligada a la historia de la brujería.
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En 1610 tuvo lugar en Logroño un Auto de Fe en el que la Inquisición procesó a cuarenta brujas de Zugarramurdi y condenó a doce de ellas a morir en la hoguera. Las ejecuciones se basaron en la mayor parte de los casos en testimonios supersticiosos, envidiosos y poco fiables. Caro Baroja cita como párrafo interesante de dicho Auto de Fe el siguiente: “Las 18 personas restantes, fueron todas reconciliadas (por haber sido toda su vida de la secta de los brujos), buenas confidentes y que con lágrimas habían pedido misericordia, y que querían volverse a la fe de los cristianos. Leyéronse en su sentencia cosas tan horribles y espantosas cuales nunca se han visto: y fue tanto lo que hubo que relatar, que ocupó todo el día desde que amaneció hasta que llegó la noche, que los señores inquisidores fueron mandando cercenar muchas de las relaciones, porque se pudiesen acabar en aquel día. Con todas las dichas personas se usó de mucha misericordia, llevando consideración mucho más al arrepentimiento de sus culpas, que a la gravedad de sus delitos: y al tiempo en que comenzaron a confesar, agravándoles el castigo a los que confesaron más tarde, según la rebeldía que cada cual había tenido en sus confesiones".
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(Julio Caro Baroja, Las brujas y su mundo, Alianza Editorial, Madrid, 1997)
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