domingo

11.2 el hierro. actualidad en la prensa

Antes de desembarcar, el timonel dijo "¿Va a ir en bicicleta por El Hierro?. Pues es lo mejor que puede hacer. Es gente muy hospitalaria y le tratarán tan bien como su propia familia. Se busca una cabaña de pastores, que le venderán leche de cabra y queso, y ahí puede dejar la bicicleta y pasar los días tranquilo, con sombra y agua fresca. La gente, además, habla tan claro como la de Castilla. En las otras islas encuentra usted moros, indios y sudamericanos. En ésta no, pues casi nadie se acuerda de ella".
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En El Hierro no hay pueblos playeros. Los pocos que dan al mar están aún asfaltándose y carecen de paseos con palmeras o bares con mesas en la calle. Los aldeanos pasan el rato apoyados en las paredes de las casas o sentados en sillas viejas. Charlan despacio o callan. La mayoría son ancianos que emigraron a Venezuela y que ahora, cada primero de mes, forman colas ante el banco para cobrar la pensión. Pero tan plácida es la isla que hasta el dinero se mueve con torpeza, pues quien más quien menos tiene un huertito y unas cabras, cuando no la bodega donde madura su propio vino. La compra de algo importante exige por lo general un viaje o un recadero que venga de Tenerife.
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A quien más se oye en la isla es al viento. Omnipresente, barre los páramos y siembra el bosque de quejidos y susurros. En la meseta del oeste retuerce los troncos de las sabinas, hasta darles forma helicoidal. En las crestas encaradas al norte arremolina las nubes y la niebla, configurando un reino húmedo, poblado de líquenes barbudos donde el musgo tapiza la corteza de los árboles. Y es que el agua en El Hierro no corre por la tierra: flota de modo sobrenatural en el aire de las cumbres y gotea en las yemas de las plantas.

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