lunes

10.2 la leyenda de sant jordi (san jorge). actualidad en la prensa

Hace años, muchos años, el rey visitaba la villa ducal de Montblanc, porque una gran crisis preocupaba al reino.
Había llegado un horrible monstruo a aquellas tierras. Se trataba de un dragón alado, con el cuerpo de reptil, cubierto de escamas, afilados dientes, grandes cuernos y una garras largas y enormes.
El dragón sembraba el terror allí por donde pasaba: destruía las masías y las villas, quemaba las cosechas con su aliento de fuego, devoraba el ganado y, a pesar de que los habitantes huían despavoridos de la zona tan pronto veían al monstruo, muy pocos consiguieron escaparse.
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Tal como solía hacer, el dragón se dedicó a quemar y destruir alrededor de la villa.
El rey, que apreciaba mucho a sus súbditos, ordenó que se abrieran las puertas para que pudieran entrar y refugiarse. Pronto se escuchó la voz de los centinelas, que gritaban bien fuerte que el dragón se acercaba.
Muchos se encerraron en sus casas o huyeron a la iglesia. Sólo los más valientes osaron subir a las murallas de la ciudad para ver qué hacía la bestia.
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El dragón rondaba la villa, causando graves destrozos ante los campesinos que se lamentaban al ver que perderían todo su sustento.
Al caer la tarde, cuando el dragón se plantó frente a uno de los portales, el rey ordenó que repicaran las campanas de la iglesia de Santa María para asustar al monstruo.
Pero, a pesar de que al principio el estrépito pareció asustarlo, allí permaneció el dragón. Entonces, un valiente caballero de la guardia real osó salir de la ciudad para hacer frente a la bestia. ¡Pobre!. El dragón lo atrapó sin esfuerzo y acabó con él en un tris tras.
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Una vez cometido dicho crimen, el dragón gritó con voz malévola:
- ¡Gente de Montblanc! Si no queréis que queme la ciudad con mi aliento de fuego y que todos vosotros quedéis bien asados, tenéis que cumplir mis deseos y proporcionarme un buen banquete. No quiero ovejas, ni vacas, ni campesinos. Lo que quiero es comerme una de vuestras hijas, una que sea joven y bella. ¡Y si no me ofrecéis una doncella, convertiré la ciudad en una hoguera!
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La nobleza y la ciudadanía entera de Montblanc se horrorizaron, y el rey más que ningún otro. Pronto se organizó la guardia de la ciudad para salir a combatir contra el dragón, a pesar de que sólo los más valientes se atrevieron.
Al salir por el portal, el dragón ya estaba esperando. Y a pesar de estar bien protegidos con sus cascos y armados con largas lanzas, ninguno de ellos pudo herir a la bestia pues sus escamas eran muy duras. Uno tras otro, los soldados cayeron rendidos al monstruo
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El dragón gritó de nuevo con su terrible voz:
- ¡Gente de Montblanc! Si mañana por la mañana no me enviáis una bella joven para que la devore, de vuestra ciudad y de vosotros mismos no quedará ni las cenizas.
Una vez pronunciadas estas palabras, el dragón se fue a dormir a orillas del río, confiando en que, al despertar, un buen baquete le estaría esperando.
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El rey no encontraba solución alguna para aquel desastre. Si no cedía a las demandas del dragón, la ciudad padecería una suerte terrible, pero si lo hacía, sacrificaría una doncella a un monstruo infernal.
Finalmente, se convocó un gran consejo y se escucharon las opiniones de unos y de otros. Nadie quería hablar de ningún sacrificio.
- ¡Yo tengo tres hijas, y no me sobra ninguna!
- ¡No será mi hija la que vaya...!
Finalmente, el sabio consejero propuso una solución que, a pesar de no ser buena, era justa: se trataba de hacer un sorteo entre todas las doncellas de la ciudad para escoger la que tendría que sacrificarse.
- ¡Así sea! -dijo el rey-. Que decida la suerte quién tendrá que salvarnos del desastre.
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Entre lloros y sollozos se celebró el sorteo, ya entrada la noche, y todas las jóvenes doncellas pusieron sus nombres. Pero, ¡ay! la suerte quiso que la escogida fuera la misma princesa Violant, la queridísima hija del rey, una doncella muy bella y querida por toda la ciudad.
El rey ya pensaba en cómo podría evitar todo aquello cuando la princesa le dijo:
- Padre, no puedes luchar contra la voluntad del cielo. Me enfrentaré a mi suerte con valentía para servir de ejemplo a nuestro pueblo, y así se salvará la ciudad.
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El rey estaba orgulloso del valor que mostraba la princesa Violant, y accedió con resignación a que la joven saliera de la villa.
Toda la ciudad: los campesinos refugiados, los elegantes burgueses y los nobles de la corte llenaron las calles para mostrar su respeto a la heroina. No hubo una sola alma en toda la ciudad que no se conmoviera, ni quedó un solo ojo sin estar húmedo.
Al romper el alba se abrió finalmente el portal, y la princesa salió, dejando atrás, con paso firme, las murallas de la ciudad.
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La princesa se alejó hacia la ribera del río. Muchos subieron a las torres para verla, pero el rey permaneció en la plaza, ya que no quería ver el triste final de su hija.
- ¿Nadie defenderá a mi hija?- se preguntaba.
Al poco rato, una misteriosa figura entró por el portal.
Se trataba de un caballero vestido de blanco con la cruz roja de los cruzados, la espada a un lado y el escudo al brazo, con lanza y cota de malla, montando sobre un majestuoso caballo blanco. El caballero se acercó al rey, cabizbajo, y el monarca se lo miró con los ojos bañados en lágrimas.
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- ¿Quién sóis vos, que llegáis a mi vida en un momento de tanto dolor? -preguntó el rey al caballero.
- Mi nombre es Jorge -respondió el desconocido-. Soy un caballero que cabalga por el mundo y se enfrenta al mal, allá donde se encuentre, para mayor gloria del cielo. He escuchado que un dragón asediaba vuestra ciudad y es mi intención acabar con él.
- ¿Sóis quizás el caballero Jorge de Capadocia? - preguntó el monarca, animado por escuchar un nombre que ya era conocido.
- ¡Ése soy yo!
- ¡Ay, y tanto que necesitamos vuestra ayuda! ¡Acabo de enviar a mi hija a morir en manos del dragón!
- ¡Rescatadla antes que sea demasiado tarde! -exclamó también la reina.
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La princesa se acercaba allí donde se hallaba el dragón. Pronto estuvo ante la criatura, quien le dijo:
- Y tú, aparte del desayuno, ¿quién eres?
- Soy la princesa Violant -respondió ella.
- Vaya, vaya. Yo, que me conformaba con una bella doncella, pero veo que me han enviado la misma hija del rey. Son tan cobardes que piensan que así me tendrán contento. Princesa, a cualquier otra me la comería cruda, pero a vos, os asaré un poquito antes...
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El dragón ya se preparaba para lanzar su terrible llamarada contra la princesa, quien rezaba al cielo, cuando de repente una figura a caballo se interpuso entre los dos.
Era el caballero Jorge, que sostenía en alto su escudo para proteger a la princesa. De la sorpresa, el dragón perdió la fuerza de sus llamas y lanzó un gran soplido.
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- ¿Estáis bien, Princesa? -le preguntó el caballero a la doncella mientras la apartaba del peligro.
- Si, estoy bien -dijo la princesa, muy sorprendida-. Pero, ¡ay! me temo que ahora seremos dos los que correremos una terrible suerte, ya que el dragón es una criatura muy poderosa.
- No temáis, Princesa, ya que por la voluntad del cielo, yo acabaré con su maldad- dijo el caballero.
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Dicho y hecho, el caballero Jorge se encaró al dragón y cargó con su caballo hacia él, alzando el escudo y blandiendo su lanza.
El dragón se echó hacia él con la boca muy abierta, muy enfadado al ver que alguien le plantaba cara con tanta insolencia. Los dos se enzarzaron en una terrible batalla que la princesa contemplaba des de cerca, sin poder alejarse porque estaba preocupada por su valiente salvador.
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El caballero y el dragón lucharon durante largo tiempo sin que ninguno de los dos consiguiera vencer a su adversario.
- Caballero -dijo el dragón con su horrible voz- ya me he cansado de este ejercicio. Quiero que me digas cómo te llamas, para saberlo antes de matarte y que lo pueda decir a todo el mundo.
- Soy el caballero Jorge -dijo el valiente-. Y con la ayuda de Dios, hoy será tu último día sobre la Tierra.
Y dicho esto, Jorge dejó su escudo, empuñó bien fuerte su lanza, y cargó con su caballo contra el dragón.
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Y quiso la suerte que la punta de la lanza encontrara un hueco entre dos escamas del dragón, clavándose ahí, profundamente, hasta llegar al corazón de la bestia.
El dragón cayó al suelo herido de muerte, sangrando por la herida, lanzando unos terribles rugidos de dolor.
La princesa corrió hacia su salvador, llorando. Y, por arte de magia, las lágrimas de alegría cayeron sobre la sangre del dragón transformándola en una rosa preciosa.
Jorge tomó la rosa y se la dió a la princesa, emprendiendo ambos camino de vuelta a la villa, donde la gente, que había seguido el combate desde la muralla, salió a recibirlos.
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El rey estaba tan feliz de ver a Violant que ofreció al caballero la mano de su hija, y, con ella, su reino.
Pero Jorge se negó, explicando que tenía que partir para continuar la lucha para defender a los desfavorecidos. Les recomendó que encomendaran a Dios por la salvación que habían tenido y, poco después, se fue con tanto misterio como llegó, y nadie nunca más volvió a verlo por aquellos lares.
Desde aquel día, cada 23 de abril, los enamorados y enamoradas en Catalunya se regalan rosas para conmemorar la gesta de Sant Jordi (San Jorge). Su historia se explica tanto en Montblanc como en muchos otros lugares del mundo, y Sant Jordi es el héroe de todos aquellos que tienen el corazón de caballero.
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[Por estas fechas, se celebra en Montblanc -Tarragona-, la Semana Medieval,
conmemorando la gesta de Sant Jordi. Para más info: http://www.montblancmedieval.org/]

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