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80.1 la mortaja (1). actualidad en la prensa


la mortaja (1970)

El valle, en rigor, no era tal valle sino una polvorienta cuenca delimitada por unos tesos blancos e inhóspitos. El valle, en rigor, no daba sino dos estaciones: invierno y verano y ambas eran extremosas, agrias, casi despiadadas. Al finalizar mayo comenzaba a descender de los cerros de greda un calor denso y enervante, como una lenta invasión de lava, que en pocas semanas absorbía las últimas humedades del invierno. El lecho de la cuenca, entonces, empezaba a cuartearse por falta de agua y el río se encogía sobre sí mismo y su caudal pasaba en pocos días de una opacidad lora y espesa a una verdosidad de botella casi transparente.

-> polvoriento, a -> que tiene mucho polvo, que produce polvo.
-> cuenca -> territorio hundido y rodeado de montañas.
-> teso -> colina baja con alguna extensión plana en la cima.
-> greda -> arcilla arenosa.
-> lecho -> aquí, el cauce, la madre del río.
-> cuartear -> agrietarse alguna cosa.
-> lora -> aquí, de color amulatado; oscura.
*
El trigo, fustigado por el sol, espigaba y maduraba apenas granado y a primeros de junio la cuenca únicamente conservaba dos notas verdes: la emmarañada fronda de las riberas del río y el emparrado que sombreaba la mayor de las tres edificaciones próximas a la corriente. El resto de la cuenca asumía una agónica amarillez de desierto. Era el calor y bajo él se hacía la siembra de los melonares, se segaba el trigo, y la codorniz, que había llegado con los últimos fríos de la Baja Extremadura, abandonaba sus nidos y buscaba el frescor en las altas pajas de los ribazos. La cuenca parecía emanar un aliento fumoroso, hecho de insignificantes partículas de greda y de polvillo de trigo. Y en invierno y verano, la casa grande, flanqueada por el emparrado, emitía un "bom-bom" acompasado, casi siniestro, que era como el latido de un enorme corazón.

-> fustigado, a -> azotado; castigado por el fuerte sol.
-> emparrado (a) -> armazón que sostiene una parra; conjunto de los vástagos y hojas de una o varias parras que, sostenido por un armazón de madera, metal u otro material, proporciona sombra.
-> codorniz -> ave de unos 20 cms., muy común en España.
-> ribazo -> porción de tierra con una elevación y un declive pronunciado.
-> fumoroso -> que produce humo, vapor.
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El niño jugaba en el camino, junto a la casa blanca, bajo el sol, y sobre los trigales, a su derecha, el cernícalo aleteaba sin avanzar, como si flotase en el aire, cazando insectos. La tarde cubría la cuenca compasivamente y el hombre que venía de la falda de los cerros, con la vieja chaqueta desmayada sobre los hombros, pasó por su lado sin mirarle, empujó con el pie la puerta de la casa y casi a ciegas se desnudó y se desplomó en el lecho sin abrirlo. Al momento, casi sin transición, empezó a roncar arrítmicamente.
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El Senderines, el niño, le siguió con los ojos hasta perderle en el oscuro agujero de la puerta; al cabo reanudó sus juegos.
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Hubo un tiempo en que al niño le descorazonaba que sus amigos dijeran de su padre que tenía nombre de mujer; le humillaba que dijeran eso de su padre, tan fornido y poderoso. Años antes, cuando sus relaciones no se habían enfriado del todo, el Senderines le preguntó si Trinidad era, en efecto, nombre de mujer. Su padre había respondido:

-Las cosas son según las tomes. Trinidad son tres dioses y no tres diosas, ¿comprendes? De todos modos mis amigos me llaman Trino para evitar confusiones.

-> cernícalo -> nombre de diversas aves falconiformes, de unos 35 cms.
-> aletear -> acción de mover las alas.
-> falda (de una montaña, de los cerros) -> parte baja de la montaña, del cerro, de la sierra...
-> a ciegas -> sin ver, palpando. A tientas.
-> lecho -> aquí, cama.
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El Senderines, el niño, se lo dijo así a Canor. Andaban entonces reparando la carretera y solían sentarse al caer la tarde sobre los bidones de alquitrán amontonados en las cunetas. Más tarde, Canor abandonó la Central y se marchó a vivir al pueblo a casa de unos parientes. Sólo venia por la Central durante las Navidades.
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Canor, en aquella ocasión, se las mantuvo tiesas e insistió que Trinidad era nombre de mujer como todos los nombres que terminaban en "dad" y que no conocía un solo nombre que terminara en "dad" y fuera nombre de hombre. No transigió, sin embargo:

-Bueno -dijo, apurando sus razones-. No hay mujer que pese más de cien kilos, me parece a mí. Mi padre pesa más de cien kilos.

-> bidón -> recipiente con cierre hermético para almacenar líquidos.
-> cuneta -> zanja a ambos lados de un camino o carretera, para recoger el agua pluvial.
-> se las mantuvo tiesas -> se mantuvo firme, insistía-en.
-> transigir -> consentir en parte con lo que no se cree razonable, justo o verdadero.
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Todavía no se bañaban las tardes de verano en la gran balsa que formaba el río, junto a la Central, porque ni uno ni otro sabían sostenerse sobre el agua. Ni osaban pasar sobre el muro de cemento al otro lado del río porque una vez que el Senderines lo intentó sus pies resbalaron en el verdín y sufrió una descalabradura. Tampoco el río encerraba por aquel tiempo alevines de carpa ni lucios porque aún no los habían traído de Aranjuez. El río sólo daba por entonces barbos espinosos y alguna tenca, y Ovi, la mujer de Goyo, aseguraba que tenían un asqueroso gusto a cieno. A pesar de ello, Goyo dejaba pasar las horas sentado sobre la presa, con la caña muerta en los dedos (...).
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Ahora Goyo decía que los lucios eran tan voraces como tiburones y que a una lavandera de su pueblo uno de ellos le arrancó el brazo hasta el codo de una sola dentellada (...) ... y Goyo abrió mucho los ojos y la boca, como los peces en la agonía, para explicarle que los lucios, durante la noche, daban brincos como títeres y podían salvar alturas de hasta más de siete metros. Dijo también que algunos de los lucios de Aranjuez estarían ya a más de veinte kilómetros río arriba porque eran peces muy viajeros.

-> verdín -> capa verde de algas.
-> descalabradura -> herida recibida en la cabeza.
-> carpa, lucio, barbo, tenca -> peces de agua dulce.
-> cieno -> lodo blando en el fondo del agua.
-> brinco -> salto
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(...) Le dominó un oscuro temor. No le dijo nada a su padre, sin embargo. A Trinidad le irritaba que mostrase miedo hacia ninguna cosa. Cuando muy chico solía decirle:

-No vayas a ser como tu madre que tenía miedo de los truenos y las abejas. Los hombres no sienten miedo de nada.
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[Miguel Delibes, La Mortaja, 1993, Alianza Editorial, Madrid]

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