Cuando descubrió el yacimiento junto al chorro del abrevadero, Conrado regresaba al pueblo después de su servicio en la Central:
-A tu padre no va a gustarle ese juego, ¿verdad que no? -dijo.
-No lo sé -dijo el niño cándidamente.
-Los rapaces siempre andáis inventando diabluras. Cualquier cosa antes que cumplir con vuestra obligación.
*
Y se fue, empujando la bicicleta del sillín, camino arriba. Nunca la montaba hasta llegar a la carretera. El Senderines no le hizo caso. Conrado alimentaba unas ideas demasiado estrechas sobre los deberes de cada uno. A su padre le daba de lado que él se distrajese de esta o de otra manera. A Trino lo único que le irritaba era que él fuese débil y sintiese miedo de lo oscuro, de los lucios y de la Central. Pero el Senderines no podía remediarlo.
*
Cinco años antes su padre le llevó con él para que viera por dentro la fábrica de luz. Hasta entonces él no había reparado en la mágica transformación. Consideraba la Central, con su fachada ceñida por la vieja parra, como un elemento imprescindible de su vida. Tan sólo sabía de ella lo que Conrado le dijo en una ocasión:
-El agua entra por esta reja y dentro la hacemos luz; es muy sencillo.
-> chorro -> líquido o gas que sale con fuerza por una abertura.
-> abrevadero -> estanque, pilón o lugar apropiado para que beba el ganado.
-> cándido -> sencillo, ingenuo, sin malicia; inocente.
-> rapaz -> aquí, muchacho de corta edad. También, grupo de aves que incluye el orden de los falconiformes.
-> sillín -> asiento pequeño y estrecho que tiene la bicicleta.
-> ceñido, a -> rodeado, ajustado.
-> reja -> conjunto de barrotes metálicos que se ponen en las ventanas y otras aberturas para seguridad o adorno.
*
Él pensaba que dentro existirían unas enormes tinas y que Conrado, Goyo y su padre apalearían el agua incansablemente hasta que de ella no quedase más que el brillo. Luego se dedicarían a llenar bombillas con aquel brillo para que, llegada la noche, los hombres tuvieran luz. Por entonces el "bom-bom" de la Central le fascinaba. Él creía que aquel fragor sostenido lo producía su padre y sus compañeros al romper el agua para extraerle sus cristalinos brillantes. Pero no esa así. Ni su padre, ni Conrado, ni Goyo, amasaban nada dentro de la fábrica. En puridad, ni su padre, ni Goyo, ni Conrado "trabajaban" allí; se limitaban a observar unas agujas, a oprimir unos botones, a mover unas palancas. El "bom-bom" que acompañaba su vida no lo producía, pues, su padre al desentrañar el agua, ni al sacarla lustre; el agua entraba y luego salía tan sucia como entrara. Nadie la tocaba. En lugar de unas tinas rutilantes, el Senderines se encontró con unos torvos cilindros negros adornados de calaveras por todas partes y experimentó un imponente pavor y rompió a llorar. Posteriormente, Conrado le explicó que del agua sólo se aprovechaba la fuerza; que bastaba la fuerza del agua para fabricar la luz.
-> tina -> tinaja, vasija grande de barro; vasija de madera con forma de media cuba.
-> apalear -> sacudir; dar golpes a una persona o animal con un palo o algo semejante.
-> fragor -> ruido, estruendo.
-> aguja -> aquí, manecilla de aparato de precisión.
-> palanca -> dispositivo para accionar algunos mecanismos.
-> lustre -> brillo.
-> rutilante -> que brilla o resplandece mucho.
-> torvo -> fiero, espantoso.
-> calavera -> parte del esqueleto que forma la cabeza.
-> pavor -> temor, miedo, con sobresalto.
*
(...) A partir de su visita, el "bom-bom" de la Central cesó de agradarle. Durante la noche pensaba que eran las calaveras grabadas sobre los grandes cilindros negros, las que aullaban. Conrado le había dicho que los cilindros soltaban rayos como las nubes de verano y que las calaveras querían decir que quien tocase allí se moriría en un instante y su cuerpo se volvería negro como el carbón. A el Senderines, la vecindad de la Central comenzó a obsesionarle. Una tarde, el verano anterior, la fábrica se detuvo de pronto y entonces se dio cuenta el niño de que el silencio tenía voz, una voz opaca y misteriosa que no podía resistirla. Corrió junto a su padre y entonces advirtió que los hombres de la Central se habían habituado a hablar a gritos para entenderse; que Conrado, la Ovi, y su padre, y Goyo, voceaban ya aunque en torno se alzara el silencio y se sintiese incluso el murmullo del agua en los sauces de la ribera.
*
(...) Se limpió los dedos al pantalón y entró en la casa. Sin una causa aparente, experimentó, de súbito, la misma impresión que el día que los cilindros de la fábrica dejaron repentinamente de funcionar. Presintió que algo fallaba en la penumbra aunque, de momento no acertara a precisar qué. Hizo un esfuerzo para constatar que la Central seguía en marcha y acto seguido se preguntó qué echaba de menos dentro del habitual orden de su mundo. Trinidad dormía sobre el lecho y a la declinante luz del crepúsculo el niño descubrió, una a una, las cosas y las sombras que le eran familiares. Sin embargo, en la estancia aleteaba una fugitiva sombra nueva que el niño no acertó a identificar. Le pareció que Trinidad estaba despierto, dada su inmovilidad excesiva, y pensó que aguardaba a reconvenirle por algo y el niño, agobiado por la tensión, decidió afrontar directamente su mirada:
-> vecindad -> aquí, proximidad, cercanías del lugar.
-> crepúsculo -> claridad que hay al amanecer y al anochecer; decadencia.
-> declinante -> aproximándose algo a su fin.
-> reconvenir -> reprender, reñir.
*
-Buenas tardes, padre -dijo, aproximándose a la cabecera del lecho.
Permaneció clavado allí, inmóvil, esperando. Mas Trino no se enteró y el niño parpadeaba titubeante, poseído de una sumisa confusión. Apenas divisaba a su padre, de espaldas a la ventana; su rostro era un indescifrable juego de sombras. Precisaba, no obstante, su gran masa afirmando el peso sobre el jergón. Su desnudez no le turbaba. Trino le dijo dos veranos antes: "Todos los hombres somos iguales". Y, por vez primera, se tumbó desnudo sobre el lecho y al Senderines no le deslumbró sino el oscuro misterio del vello.
*
(...) Entonces se volvió y distinguió la mirada queda y mecánica del padre; sus ojos desorbitados y vidriosos. Estaba inmóvil como una fotografía. De la boca, crispada patéticamente, escurría un hilillo de baba, junto al que reposaban dos moscas. Otra inspeccionaba confiadamente los orificios de su nariz. El Senderines supo que su padre estaba muerto, porque no había estornudado.
-> jergón -> colchón de paja, esparto o hierba.
-> deslumbrar -> perder momentáneamente la vista por un golpe de luz inesperado; cegarse.
-> quedo, a -> quieto, silencioso.
-> hilillo -> diminutivo de hilo. Aquí, chorro muy delgado de un líquido.
-> baba -> saliva espesa y abundante que cae de la boca.
*
[Miguel Delibes, La mortaja, Alianza Editorial, Madrid, 1993.
Imagen: La mortaja de Laertes, pintura de Josep M. Maya, en http://www.artelista.com/]
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