Se cumplen 65 años del primer referéndum franquista, un ejemplo de manipulación electoral en una "democracia orgánica"
así funciona una dictadura
"La democracia es el peor de los sistemas políticos... si se exceptúan todos los restantes". Y los restantes, claro, son las dictaduras. Es posible que alguien lo haya olvidado en los actuales tiempos de zozobra, pero la historia ofrece a cada paso ejemplos elocuentes de la vileza y el cinismo de los regímenes dictatoriales. España, que convivió durante cuatro décadas con los prodigios de la "democracia orgánica" (una denominación creativa para enmascarar un burdo estado policial), cuenta con su propio muestrario de casos en los que se fabricó una voluntad popular a la medida de los deseos del dictador. Precisamente, este mes de julio se cumplen 65 años del primer referéndum convocado por el Estado franquista tras la Guerra Civil y un buen ejemplo de la manipulación inherente a los regímenes autoritarios.
La consulta se celebró el 6 de julio de 1947 y lo que se sometía a plebiscito era la ley de sucesión, que confirmaba al "generalísimo Franco" como jefe del Estado y dejaba en sus manos la elección de la persona que debía sucederle. El referéndum se realizaba en un país aislado internacionalmente tras la derrota del totalitarismo nazi y cuyo régimen buscaba legitimarse de algún modo ante las democracias occidentales.
En estas circunstancias, la obsesión del Estado franquista se centraba en lograr una amplia movilización electoral para exhibirla como un signo del apoyo popular. Sin embargo, un sistema político que, según su fundador, se basaba "en las bayonetas y no en las papeletas", encaraba con visible recelo cualquier experimento que incluyera urnas y votos. De hecho, ya durante la elaboración del censo se realizó una "auscultación" previa de las actitudes políticas del país, según relata el historiador Francisco Sevillano en "El referéndum de 1947", una miscelánea publicada en la Revista de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco.
La "auscultación" (un simulacro de sondeo perpetrado por los jefes locales de la Falange) permitió establecer tres categorías de electores: "adeptos", "dudosos" y "enemigos". Y estos últimos no eran pocos, pese a que las circunstancias no invitaban a la disidencia. Por ejemplo, en provincias como Zaragoza, Tarragona o Girona los "enemigos" superaban el 30%. Además, el régimen daba por hecho que los resultados serían adversos en Vizcaya y Guipúzcoa, y los consideraba dudosos en Lleida, Málaga o Sevilla. A partir de ahí, las proyecciones globales del sufragio afirmativo oscilaban entre el 47% y el 63% de los votantes.
Por ello, el régimen adoptó varias medidas cautelares encaminadas a pervertir cualquier asomo de autenticidad en la consulta. La primera fue asegurarse de que los miembros de cada mesa electoral reuniesen "las condiciones personales y patrióticas idóneas". Sobre todo el presidente, que estaba autorizado a realizar el escrutinio sin tener que mostrar las papeletas.
Paralelamente, el voto era obligatorio (con sanciones económicas para quienes no acudieran a las urnas), pero al mismo tiempo quedaban excluídas del derecho al sufragio las personas condenadas judicialmente (es decir, los represaliados políticos). Ahora bien, como el propio régimen era consciente de que las dictaduras tienen los pies de barro, apostó por no dejar ningún cabo suelto y remitió a los presidentes de mesa unas instrucciones confidenciales para evitar sorpresas.
Por ejemplo, cada presidente debería contar con "trescientas o cuatrocientas papeletas con el SI puesto, equivocándose al dárselas al lector" que la solicitara sin aclarar el sentido de su voto. Además, si a las tres de la tarde la afluencia a las urnas no era satisfactoria, los interventores se encargarían de "enlazar" con unos "grupos" móviles, que serían trasladados al colegio correspondiente y depositarían una papeleta (afirmativa, por supuesto) en nombre de los "electores que no hubieran votado". Estos "enviados" o "transeúntes" serían informados de "con qué nombre deben votar, una o más veces según las circunstancias".
(Carles Castro, LA VANGUARDIA, 9 de julio de 2012.
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