Spanair inaugura un vuelo directo entre Barcelona y la capital serbia dieciocho años después de la imposición de sanciones
volamos hacia belgrado
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Cuando hace dieciocho años salió el último vuelo directo entre Barcelona y Belgrado, entonces aún la capital de Yugoslavia, al avión de Yugoslav Airlines subía lentamente por las escaleras una señora nonagenaria. Era mi abuela Desanka, que había venido de visita. En el transcurso de ese primer año de mi exilio barcelonés, en mi país de origen habían pasado muchas cosas: desmembración, breve conflicto en Eslovenia, guerra con Bosnia y asedio de Sarajevo, su capital. Como consecuencia, Serbia fue castigada con sanciones económicas, que comprendían también la anulación de todos los vuelos internacionales: "Si tuviera menos años, me pondría ahora a aprender español y catalán", dijo la abuela antes de coger esa última conexión aérea directa con la seguridad de los que han vivido muchas cosas, entre ellas cinco grandes guerras en su propia piel.
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En ese mayo de 1992, mientras Barcelona se preparaba para los Juegos Olímpicos, en Yugoslavia se multiplicaban los conflictos étnicos. Durante muchos años, para alcanzar Belgrado se tuvo que hacer escala en Budapest y, desde allí, ir por carretera (sin autopista) durante largas horas. Acabada la guerra, se reabrió el aeropuerto de Belgrado al tráfico internacional, pero no llegó la conexión directa con España.
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Por eso, cuando el jueves pasado leí en una pantalla de la terminal 1 de El Prat la salida del vuelo a Belgrado sentí una profunda emoción. "Todos os vais a París, Londres o Pekín, pero yo, ¡yo me voy a Belgrado!, pronunciaba para mis adentros contemplando las caras soñolientas de los pasajeros alrededor. Si me hubieran oído, seguramente la mayoría hubiera preguntado: "Be, Bel... ¿qué? ¿Belgrado?, ¿dónde está esto?". Pero a mí ahora no me importa. Como tampoco me trastorna ver que me ha tocado la fila número 13 en el avión. Nuevamente mis dos ciudades están conectadas, no sólo geográfica sino también concretamente.
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Pero pensaba que sólo para mí o mis compatriotas es un acontecimiento. No obstante, cuando la sala vip de Spanair se empieza a llenar de periodistas, ejecutivos y políticos, entiendo que inaugurando su nueva etapa con este vuelo a Belgrado la aerolínea catalana concibe que la conexión con Serbia es más que una ruta.
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"Biomedicina, ingeniería, economía", me contestan sobre sus estudios tres doctorandos serbios, que por sorteo han sido premiados con un billete de ida y vuelta a su país nativo. "Sí, es el destino de países como Serbia formar gente de talento y luego exportarlos al extranjero", vuelvo a pensar en silencio.
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"Sobrevolamos Split, luego Sarajevo y después seguimos hacia Belgrado", anuncia el piloto. Una ruta simbólica: antes ciudades donde los yugoslavos íbamos y veníamos con toda naturalidad, a partir de los noventa representan tres estados -Croacia, Serbia, Bosnia-Herzegovina- enemistados. Ahora, el corredor aéreo vuelve a estar abierto y las relaciones entre la gente de las diversas etnias subeslavas también. Y en este proceso de normalización resulta sustancial poder volar en dos horas en vez de en cinco o seis, cuando había que atravesar media Europa y a veces perder la conexión, lo que alargaba el viaje hasta doce o más horas.
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(...) Paralizado el espacio aéreo de media Europa a causa del volcán islandés, Belgrado ha sido uno de los aeropuertos que más han resistido abiertos, aunque, finalmente, ayer fue cerrado y nuestro vuelo de vuelta quedó cancelado.
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[Tamara Djermanovic, LA VANGUARDIA, 18 de abril de 2010]
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