lunes

35.4 buenos aires. actualidad en la prensa

el refugio de la nostalgia
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Buenos Aires es una ciudad literaria. Quizá por tratarse de una urbe sin límites ni horizontes, una megalópolis desbordada sobre un desierto, la pampa, que obliga a reinventarla y ponerle límites con las palabras. Quizás por esa locuacidad cantarina, esa desbordante fecundidad verbal de los argentinos. O quizá sólo por Jorge Luis Borges.
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Durante su primer día en Buenos Aires, el visitante novel tiene una sensación de "ya conocido". La ciudad es tan europea y española, que le resulta familiar. Y entiende que los argentinos, cuando se exilian, elijan la "madre patria", si pueden, pues en ella se pueden sentir casi como en su propia casa.
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Pero el viajero en seguida observa algo en el paisaje que no encaja: las caras, con los mentones y los rasgos angulosos de los ingleses, los rostros barbilampiños de los eslavos, esos cabellos rubios de los suecos, o de un tono ceniciento ruso, tantos ojos verdes de los Balcanes... Y por aquí y por allá, pinceladas de rostros andinos. Hay una prueba irrefutable sobre la magnitud de la mescolanza: los apellidos escritos en los rótulos de los comercios y en los buzones de doctores y abogados, con pronunciaciones tan difíciles como inciertas. Asumido el cosmopolitismo, la siguiente sorpresa es escuchar cómo gente tan poco latina habla castellano con la musicalidad de quien canta una canción.
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Buenos Aires es una ciudad enorme, exagrada. para no perderse mental y físicamente en el laberinto, hay que comenzar a conocerla por su centro. Y éste lo ocupa la plaza de Mayo, con la Casa Rosada, la residencia presidencial. La plaza es el escenario de las grandes manifestaciones, un día, a favor de la libertad, y otro, para aclamar a dictadores. También concentra presencias más pequeñas y calladas, como la de las Madres de la Plaza de Mayo.
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En mi caso, no acudí para ver la Casa Rosada, sino para verlas a ellas, sus pañuelos, sus pancartas. Convertidas en abuelas por los años y por las dolorosas ausencias, continúan reclamando con una voluntad indestructible, justicia para sus hijos desaparecidos y cárcel para los asesinos.
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La plaza se halla en pleno centro de la ciudad colonial, donde antaño estuvo la plaza del Mercado. Uno esperaría encontrarse entre nobles edificios de piedra vieja y enmohecida, pero no hay nada de aquel entonces. Sólo lo que queda del cabildo, una blancura colonial reducida al mínimo: algunas arcadas y la torre del campanario. Hasta la catedral es de nueva planta, pues su gran fachada de templo romano data de 1827, y la nave interior, de 1754.
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[Jaume Bartrolí, ALTAÏR, nº 27, enero de 2004]

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