el papel del armatoste
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El catalán puede presumir de su papel en el mundo. En sentido literal, porque tanto la fabricación del papel como la propia palabra procede del dominio lingüístico catalán. El invento era antiguo. Los egipcios pegaban las fibras de una planta llamada papiro y obtenían unas láminas en las que se podía escribir y pintar. La palabra pasó al griego, luego al latín (papyrus) y fue adaptada por el catalán cuando en el siglo XII se empezó a fabricar paper en torno a Xàtiva. El proceso consistía en obtener pasta de celulosa, prensarla y secarla con tal esmero, que en los reinos vecinos (occitano, francés, castellano) se ponderaba la calidad del papier catalán. El primer testimonio conocido de paper es de 1249.
Paper fue la versión catalanizada de una palabra latina que ya había pasado por diversas lenguas. Y a partir del catalán siguió su camino con los correspondientes ajustes fonéticos: francés papier (e cerrada), occitano papièr (e abierta), castellano papel (final en -l en vez de -r). Del francés pasó al inglés paper (diptongo y cambio de acento) y se expandió por otras lenguas germánicas y eslavas. El italiano, en cambio, ha mantenido carta ("papel", distinto de lettera "carta") desde la edad media hasta hoy.
Ya que hablamos de la edad media, recuperemos el antiguo adverbio catalán tost (pronto, rápido), que pasó al castellano metido dentro de otra palabra que tuvo su importancia. La ballesta fue durante siglos una arma fundamental, pero tenía el inconveniente de que se necesitaba mucha fuerza para armarla. Además era peligroso, por eso se inventó un aparato que en catalán se denominó armatost. Equivalía a una orden: ¡arma de prisa! En cuanto pasó al castellano se convirtió en armatoste.
Con la proliferación de las armas de fuego, el armatoste quedó obsoleto. Se convirtió, pues, en un artefacto inútil, un trasto. Por eso la palabra adquirió un nuevo significado (objeto grande de poca utilidad) que perdura hasta hoy. Regresó castellanizado al catalán y no se le reconoce ser un castellanismo evidente, pero lo curioso es que en el diccionario normativo tampoco figura el original armatost. En su monumental Calaix de sastre escrito en catalán, el Baró de Maldà llama armatoste a una vieja tartana. Es de suponer que el empelucado aristócrata lo pronunciaba a la catalana, es decir, pronunciando la -e final como una vocal neutra. En este viaje de ida y vuelta, armatoste rimaría con las palabras catalanas como costa, proposta o resposta. Nuestros abuelos también lo decían así.
El catalán puede presumir de su papel en el mundo. En sentido literal, porque tanto la fabricación del papel como la propia palabra procede del dominio lingüístico catalán. El invento era antiguo. Los egipcios pegaban las fibras de una planta llamada papiro y obtenían unas láminas en las que se podía escribir y pintar. La palabra pasó al griego, luego al latín (papyrus) y fue adaptada por el catalán cuando en el siglo XII se empezó a fabricar paper en torno a Xàtiva. El proceso consistía en obtener pasta de celulosa, prensarla y secarla con tal esmero, que en los reinos vecinos (occitano, francés, castellano) se ponderaba la calidad del papier catalán. El primer testimonio conocido de paper es de 1249.
Paper fue la versión catalanizada de una palabra latina que ya había pasado por diversas lenguas. Y a partir del catalán siguió su camino con los correspondientes ajustes fonéticos: francés papier (e cerrada), occitano papièr (e abierta), castellano papel (final en -l en vez de -r). Del francés pasó al inglés paper (diptongo y cambio de acento) y se expandió por otras lenguas germánicas y eslavas. El italiano, en cambio, ha mantenido carta ("papel", distinto de lettera "carta") desde la edad media hasta hoy.
Ya que hablamos de la edad media, recuperemos el antiguo adverbio catalán tost (pronto, rápido), que pasó al castellano metido dentro de otra palabra que tuvo su importancia. La ballesta fue durante siglos una arma fundamental, pero tenía el inconveniente de que se necesitaba mucha fuerza para armarla. Además era peligroso, por eso se inventó un aparato que en catalán se denominó armatost. Equivalía a una orden: ¡arma de prisa! En cuanto pasó al castellano se convirtió en armatoste.
Con la proliferación de las armas de fuego, el armatoste quedó obsoleto. Se convirtió, pues, en un artefacto inútil, un trasto. Por eso la palabra adquirió un nuevo significado (objeto grande de poca utilidad) que perdura hasta hoy. Regresó castellanizado al catalán y no se le reconoce ser un castellanismo evidente, pero lo curioso es que en el diccionario normativo tampoco figura el original armatost. En su monumental Calaix de sastre escrito en catalán, el Baró de Maldà llama armatoste a una vieja tartana. Es de suponer que el empelucado aristócrata lo pronunciaba a la catalana, es decir, pronunciando la -e final como una vocal neutra. En este viaje de ida y vuelta, armatoste rimaría con las palabras catalanas como costa, proposta o resposta. Nuestros abuelos también lo decían así.
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[Ramon Solsona, LA VANGUARDIA, 29 de julio de 2010.
Imagen, ballesta y ballestero, en: http://www.portalplanetasedna.com.ar/]
[Ramon Solsona, LA VANGUARDIA, 29 de julio de 2010.
Imagen, ballesta y ballestero, en: http://www.portalplanetasedna.com.ar/]
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