El vehículo militar, contorneando la plaza Tahrir con disparos de armas, clamores de muchedumbre, metálicos ruidos escalofriantes, se detuvo ante las verjas del Museo Arqueológico, donde los militares establecieron una especie de retén para protegerlo de los saqueadores. Un capitán al que los desgraciados detenidos árabes trataban, con reverencia y sumisión, de pachá -el noble título otomano que no ha podido ser arrancado de las costumbres sociales egipcias- nos devolvió pasaportes y dinero, dejándonos en libertad. Yo reclamé una escolta militar para llegar sano y salvo al hotel, para no exponerme a otra brutal agresión callejera. Un soldado canijo con la piel muy atezada, armado de fusil, al que di una propina, me acompañó hasta las puertas del ramsés Hilton, que se ha convertido en el hotel de los corresponsales destacados en El Cairo.
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Del equipo de enviados especiales de La Vanguardia -Pilar Rahola, Gemma Saura y yo mismo- sólo se ha salvado de las agresiones callejeras Joaquín Luna, nuestro redactor jefe de la sección de Internacional. Mi compañero de tantas guerras Joan Roura, de TV3, fue también atacado por estos energúmenos. Otro grupo de periodistas del mismo canal sufrió también ataques llevados a cabo para ahuyentar a la prensa extranjera.
Me encaminaba a la plaza Tahrir con el propósito de escribir una crónica sobre su vecindario y sobre su historia. Siempre en obras, mal urbanizada, porque es difícil que encarne un símbolo permanente del moderno Egipto, es el escenario de los grandes acontecimientos de la capital. El salvajismo, el tribalismo africano han desintegrado estos días caóticos la sociedad egipcia, empujándola a la más brutal edad de las piedras.
Tengo que hacer un esfuerzo para recordar cómo era, por ejemplo, este hotel en el pasado mes de noviembre, repleto de turistas, especialmente españoles; cómo era esta Corniche del Nilo, con sus embarcaciones siempre fondeadas en la orilla, convertidas en restaurantes iluminados; con sus humildes lanchas de guirnaldas multicolores, sus landós tirados por caballos, sus gentes jóvenes paseando alegremente por esta margen fluvial.
Anoche dos vehículos militares se apostaron a la entrada del hotel para resguardarlo. Grupos de jóvenes airados se habían acercado al edificio y fueron dispersados por los disparos al aire de los militares. Como el hotel ha quedado muy expuesto a los ataques, su dirección ha pedido que no se fotografiase desde sus balcones y se cerrasen sus cortinas. Ya se ha previsto en caso de necesidad su evacuación.
Me encaminaba a la plaza Tahrir con el propósito de escribir una crónica sobre su vecindario y sobre su historia. Siempre en obras, mal urbanizada, porque es difícil que encarne un símbolo permanente del moderno Egipto, es el escenario de los grandes acontecimientos de la capital. El salvajismo, el tribalismo africano han desintegrado estos días caóticos la sociedad egipcia, empujándola a la más brutal edad de las piedras.
Tengo que hacer un esfuerzo para recordar cómo era, por ejemplo, este hotel en el pasado mes de noviembre, repleto de turistas, especialmente españoles; cómo era esta Corniche del Nilo, con sus embarcaciones siempre fondeadas en la orilla, convertidas en restaurantes iluminados; con sus humildes lanchas de guirnaldas multicolores, sus landós tirados por caballos, sus gentes jóvenes paseando alegremente por esta margen fluvial.
Anoche dos vehículos militares se apostaron a la entrada del hotel para resguardarlo. Grupos de jóvenes airados se habían acercado al edificio y fueron dispersados por los disparos al aire de los militares. Como el hotel ha quedado muy expuesto a los ataques, su dirección ha pedido que no se fotografiase desde sus balcones y se cerrasen sus cortinas. Ya se ha previsto en caso de necesidad su evacuación.
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[Tomás Alcoverro, LA VANGUARDIA, 4 de febrero de 2011.
Imagen en: http://www.sellosmundo.com/]
[Tomás Alcoverro, LA VANGUARDIA, 4 de febrero de 2011.
Imagen en: http://www.sellosmundo.com/]
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