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106.2 vacas en madrid. actualidad en la prensa


las vacas no ríen
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Las vacas no son animales demasiado inteligentes ni hacen nada para parecerlo. Si lo fueran, las habrían llevado alguna vez a trabajar a un circo, donde tampoco las quieren porque no tienen ningún sentido del ritmo. En India y otros países las han convertido en animales sagrados probablemente debido a su majestuosa lentitud. ¿Qué razón tendría un dios para hacer deprisa las cosas? Y sin embargo los humanos hemos aprendido de ellas algo sólo propio de los seres inteligentes: la rumia. La filosofía es más o menos rumia, y aunque la vaca con su resignada tristeza sea el animal menos nietzscheano que cabría imaginar, acaba uno admirándolo por su ataraxia; con qué estoicismo se pasan las horas de invierno, bajo la lluvia inacabable, pastando en el prado, o echadas como esfinges berroqueñas, si no simpáticas, sí respetables, atrincheradas en su melancolía y en aquel inefable "olor a establo y madre" del que habló el poeta.

Pues bien: uno estaría dispuesto a admitir que le gusta todas las vacas (incluso cuando aparecen en alguna pintura holandesa), todas, excepto las que han invadido las aceras y plazas de Madrid, que no son ni simpáticas ni mucho menos respetables.

La idea, qué duda cabe, ha tenido que ocurrírsele a un listo, viendo que se la ha comprado un tonto con dinero de un primo (el contribuyente). Se trata de unas doscientas vacas, de tamaño más o menos natural y realizadas en un material plástico blanco. Son vacas realistas, con sus cuernos, sus morros y sus ubres almenadas. Cada uno de estos armatostes se le ha entregado a un artista, que a su vez lo ha devuelto con los más variados estampados al alcalde, y este los ha plantado aquí y allá, en lugares estratégicos, con el inconfesable propósito de que los transeúntes, que se los tropiezan de improviso, se asusten de tal modo que acaben invadiendo la calzada, donde con un poco de suerte serán rematados por algún autobús de línea. Dejemos a un lado el argumento filisteo (fue Judas quien recriminó a Jesús que se dejara ungir por una prostituta con unos costosos ungüentos cuyo importe habría remediado a tantos pobres). Nada digamos, pues, de lo que habría socorrido en estos tiempos de crisis el dineral que ha costado la ocurrencia.
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Vayamos al fondo de la cuestión: ¿se puede saber quién ha podido pensar que se necesitaba en esta ciudad ni en ninguna otra, un rebaño de doscientas vacas pintadas como mamarrachos? El endémico infantilismo de los políticos no es una novedad, pero sí que estos quieran contagiar con él a la población, obligada a banalizar los espacios públicos y a quedarse, oligofrenizada, a merced de las chorradas que se les va ocurriendo, se trate de violeteras, boteros, ganado pecuario u cualesquiera otros adefesios.

Es posible que las vacas no sean demasiado inteligentes, decíamos, y también que en los circos no las quieran. No merecían por ello, sin embargo, semejante vejación en efigie. Pero lo alarmante es que alguien, a falta de pan, haya querido hacer de Madrid una vez más este circo grotesco y haya pensado de paso que la gente se traga cualquier cosa. Se equivocan, desde luego, pero olvidan sobre todo que la gente también puede rumiar, y obrar algún día en consecuencia.
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[Andrés Trapiello, Magazine-LA VANGUARDIA, 22 de febrero de 2009.
Imagen: el oso y el madroño, símbolo de Madrid, en: http://www.historiademadrid.com/]

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