En la zona devastada por el terremoto y el tsunami de hace un año en Chile
ya no hay sardinas en el comedor
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En el comedor de José Palmo ya no hay sardinas. De hecho, ni siquiera hay comedor. Su casa fue demolida y Palmo se marchó de Santa Clara. Hace hoy un año, el tsunami inundó esta pobre barriada, situada en la carretera que une Concepción y Talcahuano, y llenó de sardinas y lodo las humildes viviendas.
Quien sigue viviendo allí es Aurelio Campos, que al principio no recuerda la visita de La Vanguardia a su casa enfangada, ni que nos enseñara a su hijo Fabián, epiléptico, postrado en un colchón empapado, ni que llorara desconsoladamente pidiendo auxilio. Los tres infartos que Campos tuvo desde aquel 27 de febrero le han ayudado a olvidar, además de dejarle secuelas que le dificultan el habla.
Campos recuperó su tratamiento para la diabetes, interrumpido violentamente por tres olas gigantes. Junto a su mujer, Ana Palma, reconstruyó su pequeña tienda de comestibles. "El gobierno no nos ha ayudado ni con un huevo", dice la esposa. No es exactamente así: las autoridades entregaron veinte chapas metálicas a cada vecino y la Armada limpió casas y calles, igual de polvorientas ahora que antes de la catástrofe. Una decena de personas murió en Santa Clara.
En Talcahuano, las grúas retiraron los contenedores marítimos que llegaron hasta las calles del centro, algunas de las cuales siguen aún cerradas al tráfico. La mayoría de los comercios saqueados aún no ha reabierto y en la plaza donde entonces una cisterna repartía agua, ahora dos hombres cuidan y lavan coches, frente a la resquebrajada sede del ayuntamiento.
Los escombros y maderas de las casas arrasadas también han desaparecido de la turística localidad de Dichato, dejando un inmenso solar de miles de metros cuadrados frente a la playa, salpicado sólo por algunas fachadas de obra que quedaron en pie, donde se repite la pintada "Dichato no se vende". Sus habitantes denuncian que, tras la intención del gobierno de expropiar los terrenos para evitar que se vuelvan a construir casas, se esconde la especulación inmobiliaria.
Algunas de esas expropiaciones deberían servir también para alojar a las miles de familias desplazadas -4291, según el Gobierno-, que tras meses en tiendas de campaña, ya viven en campamentos provisionales construidos en cerros, lejos del peligroso océano Pacífico, cuyas aguas causaron 549 muertes -incluidos los 25 desaparecidos- que provocó el terremoto de magnitud 8,8 en la escala de Richter.
Como un gigante desplomado, también espera su demolición el edificio Alto Río de Concepción, una mole de 14 pisos donde murieron ocho personas y que se convirtió en el emblema del terremoto. Un policía hace guardia frente a las ruinas, mientras los curiosos toman fotos. No muy lejos, un edificio de viviendas nuevo, que superó el sismo, se promociona con un cartel en la fachada. "Solidez que da confianza".
En el comedor de José Palmo ya no hay sardinas. De hecho, ni siquiera hay comedor. Su casa fue demolida y Palmo se marchó de Santa Clara. Hace hoy un año, el tsunami inundó esta pobre barriada, situada en la carretera que une Concepción y Talcahuano, y llenó de sardinas y lodo las humildes viviendas.
Quien sigue viviendo allí es Aurelio Campos, que al principio no recuerda la visita de La Vanguardia a su casa enfangada, ni que nos enseñara a su hijo Fabián, epiléptico, postrado en un colchón empapado, ni que llorara desconsoladamente pidiendo auxilio. Los tres infartos que Campos tuvo desde aquel 27 de febrero le han ayudado a olvidar, además de dejarle secuelas que le dificultan el habla.
Campos recuperó su tratamiento para la diabetes, interrumpido violentamente por tres olas gigantes. Junto a su mujer, Ana Palma, reconstruyó su pequeña tienda de comestibles. "El gobierno no nos ha ayudado ni con un huevo", dice la esposa. No es exactamente así: las autoridades entregaron veinte chapas metálicas a cada vecino y la Armada limpió casas y calles, igual de polvorientas ahora que antes de la catástrofe. Una decena de personas murió en Santa Clara.
En Talcahuano, las grúas retiraron los contenedores marítimos que llegaron hasta las calles del centro, algunas de las cuales siguen aún cerradas al tráfico. La mayoría de los comercios saqueados aún no ha reabierto y en la plaza donde entonces una cisterna repartía agua, ahora dos hombres cuidan y lavan coches, frente a la resquebrajada sede del ayuntamiento.
Los escombros y maderas de las casas arrasadas también han desaparecido de la turística localidad de Dichato, dejando un inmenso solar de miles de metros cuadrados frente a la playa, salpicado sólo por algunas fachadas de obra que quedaron en pie, donde se repite la pintada "Dichato no se vende". Sus habitantes denuncian que, tras la intención del gobierno de expropiar los terrenos para evitar que se vuelvan a construir casas, se esconde la especulación inmobiliaria.
Algunas de esas expropiaciones deberían servir también para alojar a las miles de familias desplazadas -4291, según el Gobierno-, que tras meses en tiendas de campaña, ya viven en campamentos provisionales construidos en cerros, lejos del peligroso océano Pacífico, cuyas aguas causaron 549 muertes -incluidos los 25 desaparecidos- que provocó el terremoto de magnitud 8,8 en la escala de Richter.
Como un gigante desplomado, también espera su demolición el edificio Alto Río de Concepción, una mole de 14 pisos donde murieron ocho personas y que se convirtió en el emblema del terremoto. Un policía hace guardia frente a las ruinas, mientras los curiosos toman fotos. No muy lejos, un edificio de viviendas nuevo, que superó el sismo, se promociona con un cartel en la fachada. "Solidez que da confianza".
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[Robert Mur, LA VANGUARDIA, 27 de febrero de 2010.
Imagen, el edificio Alto Río de Concepción, en: http://www.lanacion.cl/]
[Robert Mur, LA VANGUARDIA, 27 de febrero de 2010.
Imagen, el edificio Alto Río de Concepción, en: http://www.lanacion.cl/]
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