sábado

15.1 espacios. actualidad en la prensa

el mito que mueve montañas
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La primera vez que fui a la Patagonia el avión se salió de la pista al aterrizar. Correteó unos minutos por el pasto como una bestia espantada y no pasó nada más. Era un avión pequeño y de vuelo bajo, nada que ver con un transporte industrial para turistas. La Patagonia de entonces, hablo de los años sesenta, no recibía visitas, excepto en Bariloche, donde mueren o nacen los Andes, una parcela de estética suiza donde ahora esquían los europeos que aprovechan el invierno austral para duplicar la temporada. Antes de que los deportes de nieve fueran una moda, Bariloche era el destino favorito de la luna de miel de casi todos: ahora las parejas escapan a Brasil, porque el calor tiene mejor prensa.
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Lo del avión era normal, nadie hizo el menor gesto, ni siquiera nosotros, los pocos pasajeros. El viento lo tiraba fuera de la pista cada dos por tres, pero los pilotos ya sabían controlar la dirección para volver al rumbo correcto. El viento es el habitante principal de la Patagonia, su razón de ser. Cuando bajamos en Río Gallegos, una ciudad que hoy se cotiza como punto de atracción, todo era desolación. Ni árboles ni pájaros: no resisten el embate del aire, nos dijeron, el viento se los llevaría. Así que todo estaba vacío y callado. Lo que rodaba por las calles -calles extrañas de puro mudas- eran esas bolsas de zarzas que en las películas del oeste deambulan por los pueblos desiertos.
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La Patagonia es un territorio que sobrecoge. Es la extensión del paisaje abierto de par en par. La nada. Los argentinos tenemos unas pocas señales de identidad indelebles, inconscientes incluso, y una es la percepción del paisaje, porque fuera de las ciudades no vemos otro horizonte que una línea recta con nada detrás. Nuestro paisaje siempre tiene una grandeza infinita, está vacío de obstáculos y casi también de presencias. La Patagonia es eso: un escenario barrido por el viento, una carretera sin final trazada con regla, y a veces ovejas. Un lugar bellísimo, no tanto por lo que contiene -que es poca cosa- sino por lo que sugiere: aquí cabría cualquier sueño.
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[Patricia Gabancho, Cultura/s LA VANGUARDIA, 28 de mayo de 2008]

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