En la cosmogonía andina, Huiracocha es el mítico dios creador del mundo. Pero el sol, Inti, es el dios venerado por excelencia, al ser una divinidad más tangible. Después de él, todos los elementos del cosmos, como el rayo (Illapa), el arco iris (Cuichi) o las estrellas (Q'oyllur), constituyen su universo sagrado.
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alumbrando a la vida
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La Tierra es un reflejo de este cosmos: Inti fecunda a la Pachamana, que da vida a todos los seres vivos: los cerros o Apus, los ríos o Mayus, manantiales o Puq'ius, rocas, árboles...
Desde la perspectiva andina, la Pachamana es un lecho sagrado donde vive el hombre, y la relación de ambos es de reciprocidad: los pagos u ofrendas cotidianas que realizan las comunidades a los cerros, buscan propiciar la armonía con una Tierra que les da alimento, que acoge a sus muertos y que les autoriza a construir sus hogares.
El hombre andino realiza ritos a la Pachamana durante las festividades importantes. Puesto que actualmente éstas se asocian con celebraciones católicas, en ellas se entremezcla nuestra idea de Dios con el Taita Inti (Sol Padre); la Virgen, con la misma Pachamana; y los santos, con los cerros y demás entes de la naturaleza. También realizan servicios a la Tierra, algo parecido a una bendición, cuando comienzan cualquier actividad o situación nueva, como un matrimonio, la construcción de una casa o la detención de un cargo social, haciendo el rito de la ch'alla, es decir, libaciones a la tierra con licor. Todos los campesinos quechuas viven cotidianamente esta relación sagrada con cuanto los rodea: si han de navegar por un río, le arrojan ofrendas para demostrarle que no quieren turbar sus aguas. si van a subir una montaña, entierran una pequeña ofrenda para que el cerro no se enfurezca con un terremoto. Cuando se dirigen caminando a algún lugar, depositan piedras en los cruces de los caminos...
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el culto familiar a los difuntos
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También los frutos que la tierra brinda son sagrados, especialmente la sara o maíz, del que se elabora la chicha, que es la bebida ritual en cualquier celebración para entrar en contacto con lo divino.
Y cuando alguien muere, se le entierra para que continúe viviendo en el vientre de su Madre, ahora ya en calidad de ser sagrado. Por eso, antiguamente se momificaba y enterraba a los difuntos, y se les llevaban continuamente alimentos. Y durante las fiestas, las familias sacaban al exterior las momias de sus antepasados, para que presidieran los rituales.
[Mari Carmen Valadés, ALTAÏR, nº 1, marzo de 1999]
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