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"Había nacido en un pueblo soñoliento y muy blanco de la provincia de Jaén, rodeado de olivos y asediado por el paro y el hambre. Era el mayor de cinco hermanos. Sus padres decidieron emigrar, dejando atrás cuanto fue lo más suyo, lo único suyo: su clima, su paisaje, su forma de enfrentarse con la vida y la muerte. Se separaron de su tierra con el dolor con que separa la uña de la carne. La añoranza de la tierra amada tiene, en otros lugares, nombres rumorosos y entristecidos: magua y morriña por ejemplo. En andaluz no tiene nombre: es demasiado grande para dárselo. Porque quizá sean los andaluces los que más se desmorecen cuando extrañan su congénito patrimonio: el aire perfumado, la tibieza de las tardes, la brisa azul de las mañanas, la soleada y ocurrente conversación con los vecinos cuando la luz se va, en las puertas de las casas, sentados en sillas de anea sobre las aceras, o al pie del mostrador de una taberna umbría."
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Imagen: Lector a orillas del Paraná, acuarela de Guillermo Roux, 1986
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