la montaña de sangre
nacida a la sombra del cerro rico y sus minas, Potosí representa la apoteosis del barroco en plenos Andes bolivianos y el recuerdo más crudo de la explotación india por los conquistadores españoles
Oscurece y todavía no ha encontrado la llama extraviada. Diego Huallpa enciende una hoguera. Apenas le sirve para calentarse las manos. Su espalda continúa helada. Para suavizar el roquedo donde pasará la noche, extiende un poco de paja brava, hierba del altiplano andino que crece en matojos. Pronto, la puna y el monte donde se ha encaramado son de un negro tupido. En el cielo, en cambio, se extiende un campo de diamantes y brilla la Cruz del Sur, helada, indiferente al cataclismo que ha devorado el imperio al que servía de emblema.
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Hubo otros tiempos, y Diego Huallpa lo sabe por las historias de sus mayores. Entonces, el mundo todavía tenía un sentido. Pero llegaron los extraños, con la cara cubierta de pelo, y el cuerpo, de escamas metálicas. Llegaron con hambre de siglos, y voracidad de plata y oro. Para apaciguarlos, el Inca les llenó una habitación entera con estos minerales, pero los extraños se tragaron la habitación y al Inca, y a tanta gente, tantos templos, tantos dioses... Su hambre ni siquiera entiende de hermanos, y ahora se matan entre ellos. Diego Huallpa se pregunta qué podrá saciar su apetito.
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A la mañana siguiente, donde quemaba el fuego breve, descubre unas lágrimas de plata que refulguen. ¿Quizá la Pachamama, la Madre Tierra, ha aceptado el envite? ¿O puede que sea la Luna, la madre de las estrellas, quien ha llorado por compasión? ¿O, acaso, todo es solamente un sarcasmo diabólico?
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Corre el año 1545, el del concilio de Trento, el año en que el jesuíta Francisco Javier llega a China, el año en que se funda Santos en Brasil, y la capital de Chile se establece en Santiago. Ese año, allí, a más de cuatro mil metros de altitud, donde la tierra toca el cielo, Diego Huallpa acaba de descubrir la veta que hará refulgir el final del Renacimiento y pagará guerras en Flandes e Italia, guerras contra el inglés, contra el sueco y contra el turco.
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Pronto, la voz llega a oídos de los castellanos. Se abren las primeras bocas en el cerro. Cerro Rico, lo llaman ahora. El antiguo nombre del monte, Potosí ("ruido", en aimara), pasa a nombrar las barracas que empiezan a crecer en sus faldas.
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Todo nuevo poblado atrae a sus comerciantes, sus villanos, sus bodegueros, sus prostitutas y sus curas. Los franciscanos fundan un convento y, al poco, sus rivales dominicos, otro. Alrededor de sus iglesias se apiñan nuevas villas, tabernas y burdeles. Si hay calles, es por casualidad, hasta que el virrey Francisco de Toledo impone algo de orden: los indios ocuparán los barrios altos; los bajos serán para los criollos, mestizos y negros. Alinea las casas. Sitúa la catedral, el cabildo y la cárcel en la plaza del Regocijo. Establece dónde debe celebrarse el mercado, construye una primera Casa de la Moneda y también levanta represas y hace excavar canales que servirán para accionar las ruedas hidráulicas de los ingenios en los que se lava el preciado mineral. La misión del virrey es asegurar que el metal fluya hacia las necesitadas arcas de la Corona castellana.
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Mientras, en el cerro, las primeras minas se pierden ya por las entrañas del monte. El trabajo no precisa planificación. Basta con horadar y sacar mineral, horadar y sacar mineral... Si se hunde una bóveda, ya se reconstruirá. Es una minería primitiva, que no funciona sin una cuantiosa mano de obra. Según cálculos del mismo virrey, se precisan más de trece mil indios al año. Si se les pagase con sueldos "de cristiano", la empresa no daría para cacahuetes, así que se aprovecha la mita, una institución inca que obligaba a los súbditos a trabajar cada cierto tiempo en beneficio de la comunidad, ya fuera en la agricultura o en la ganadería, en la construcción de caminos o enrolándose como soldados en el ejército.
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Pronto se vacían los pueblos. Los indios que no han muerto de viruela son obligados a picar piedra en las galerías que se internan por el cerro, a llenar capazos y a acarrear mineral por agujeros llenos de requiebros donde apenas pasa el cuerpo y el aire está viciado por el polvo...
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En principio, la mita tenía que cumplirse cada siete años. La prestación debía durar cuatro meses, con turnos de trabajo basados en quince días siguiendo las vetas y sacando capazos, seguidos por una semana de descanso. Pero, ¿a quién le importa que se cumpla? Además, el mísero sueldo de los indios no da para comer y tienen que buscarse otros sustentos.
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Como en un juego de vasos comunicantes, el cerro se vacía tanto como crece Potosí. Se cuentan por miles las toneladas de plata que marchan en recuas de llamas para embarcar en Arica o el Callao rumbo a la metrópoli. De Potosí sale tanta plata como, hasta entonces, circulaba por toda Europa. Pronto, la ciudad es la más poblada del continente americano, e incluso supera en número de habitantes a algunas otras importantes del Viejo Mundo, como París, Londres o Amberes. La riqueza desborda las calles empinadas, ahora cubiertas de adoquines. Podría confundirse con una ciudad castellana, con sus casas de balcones cerrados con madera tallada, si no fuese porque mujeres de piel oscura y sombrero de bruja pasan como sombras, cargando con siglos de silencio.
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En 1626, revienta la laguna Kari Kari. Jugadores, soldados y putas se preocupan, porque el agua se lleva por delante la mayoría de los ingenios. Sobre las parroquias de indios que arrasa, apenas habla la historia.
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[Raimon Portell, ALTAÏR, nº 48, julio 2007.
Imagen en: http://www.redboliviana.com/elpais/]
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Vocabulario:
matojo -> mata; planta de monte muy poblada y espesa.
voracidad -> capacidad de comer desmesuradamente y con mucha ansia.
saciar -> hartar y satisfacer de bebida o comida; hartar y satisfacer en las cosas del ánimo.
refulgir -> resplandecer, brillar.
envite -> ofrecimiento de alguna cosa.
veta -> filón metálico; faja, franja o lista de una materia que por su calidad, color, etc, se distingue de la masa en que se encuentra.
cerro -> elevación de tierra aislada y de menor altura que el monte o la montaña.
falda -> parte baja de los montes o sierras.
apiñar, apiñarse -> juntar o agrupar estrechamente personas o cosas.
cabildo -> cuerpo o comunidad de eclesiásticos capitulares de una iglesia catedral o colegial.
horadar -> agujerear.
capazo -> especie de cesto de esparto, palma u otro material, que sirve para llevar de un lado a otro escombros, tierra u otros materiales parecidos.
requebrar -> volver a quebrar, romper, partir en piezas más menudas lo que estaba ya quebrado.
recua -> conjunto de animales de carga, que sirve para trajinar.
adoquín ->piedra labrada en forma de prisma rectangular para empedrados y otros usos.
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