cuatro vientos y alguno más
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Sólo cuatro ejemplos en francés, italiano y catalán respectivamente: tramontane, tramontana, tramuntana (viento del norte); grec, grecale, gregal (viento del sudeste); sirocco, scirocco, xaloc (viento del sudeste); mistral, maestrale, mestral (viento del nordeste). Tanta coincidencia no puede ser casualidad. Y si ampliamos la comparación a otras lenguas, como el occitano, el sardo o los dialectos sicilianos, nos encontramos con palabras muy semejantes, casi idénticas. Porque el mar une. La pesca, el transporte marítimo y los flujos comerciales entre tierras lejanas crean un batiburrillo común, como nuestra rosa de los vientos, que tiene una base medio latina medio árabe.
La tramontana (del latín transmontanus "al otro lado de la montaña") no hay que tomarla en sentido literal, pues el mismo viento bate el Rosellón antes de llegar al Pirineo y el Empordà después de sobrepasarlo. Tampoco hay que tomar al pie de la letra el gregal. Aunque nuestro nordeste corresponde al sur de Francia, gregal se refiere a Grecia. La palabra nació en Sicilia, donde sí podían identificar el nordeste con las costas griegas.
Al mistral se le consideraba el viento dominante, el más destacado, el maestro, maestre o maestral de todos los demás. Se le lama cierzo, palabra de origen igualmente latino. Siroco o jaloque (xaloc en catalán) es un nombre tan viajero que es un híbrido sin una partida de nacimiento clara. Se trata de un latín arabizado que trae de cabeza a los etimólogos, pues unos ven en siroco raíces griegas y otros, influencias del genovés. Da igual, las palabras son también como los vientos, que se cruzan, se funden y cambian súbitamente de orientación.
Es lógico que en Aragón se llame moncayo a un viento que procede del nombre del mismo nombre, el más alto del Sistema Ibérico. Más chocante es la palabra castellana vulturno. Es un viento cálido del sudeste llamado vulturnus por los romanos, por el río Volturno que cruza la Campania y desemboca en el mar Tirreno. En castellano, gallego y portugués, vulturnus evolucionó hasta convertirse en bochorno. Y en catalán, botorn "aire caliente, sofocante propio del verano", sin embargo en catalán se usa más xafogor, del latín offocare (ahogar). Luego botorn se cruzó con bot y formó embotonar-se ("hincharse por efecto del calor o una enfermedad"). En cualquier caso, aunque de origen distinto, bochorno y xafogor tienen una fonética igualmente sudorosa, asfixiante. Pesada como el agobio de las chicharras.
Sólo cuatro ejemplos en francés, italiano y catalán respectivamente: tramontane, tramontana, tramuntana (viento del norte); grec, grecale, gregal (viento del sudeste); sirocco, scirocco, xaloc (viento del sudeste); mistral, maestrale, mestral (viento del nordeste). Tanta coincidencia no puede ser casualidad. Y si ampliamos la comparación a otras lenguas, como el occitano, el sardo o los dialectos sicilianos, nos encontramos con palabras muy semejantes, casi idénticas. Porque el mar une. La pesca, el transporte marítimo y los flujos comerciales entre tierras lejanas crean un batiburrillo común, como nuestra rosa de los vientos, que tiene una base medio latina medio árabe.
La tramontana (del latín transmontanus "al otro lado de la montaña") no hay que tomarla en sentido literal, pues el mismo viento bate el Rosellón antes de llegar al Pirineo y el Empordà después de sobrepasarlo. Tampoco hay que tomar al pie de la letra el gregal. Aunque nuestro nordeste corresponde al sur de Francia, gregal se refiere a Grecia. La palabra nació en Sicilia, donde sí podían identificar el nordeste con las costas griegas.
Al mistral se le consideraba el viento dominante, el más destacado, el maestro, maestre o maestral de todos los demás. Se le lama cierzo, palabra de origen igualmente latino. Siroco o jaloque (xaloc en catalán) es un nombre tan viajero que es un híbrido sin una partida de nacimiento clara. Se trata de un latín arabizado que trae de cabeza a los etimólogos, pues unos ven en siroco raíces griegas y otros, influencias del genovés. Da igual, las palabras son también como los vientos, que se cruzan, se funden y cambian súbitamente de orientación.
Es lógico que en Aragón se llame moncayo a un viento que procede del nombre del mismo nombre, el más alto del Sistema Ibérico. Más chocante es la palabra castellana vulturno. Es un viento cálido del sudeste llamado vulturnus por los romanos, por el río Volturno que cruza la Campania y desemboca en el mar Tirreno. En castellano, gallego y portugués, vulturnus evolucionó hasta convertirse en bochorno. Y en catalán, botorn "aire caliente, sofocante propio del verano", sin embargo en catalán se usa más xafogor, del latín offocare (ahogar). Luego botorn se cruzó con bot y formó embotonar-se ("hincharse por efecto del calor o una enfermedad"). En cualquier caso, aunque de origen distinto, bochorno y xafogor tienen una fonética igualmente sudorosa, asfixiante. Pesada como el agobio de las chicharras.
.[Ramon Solsona, LA VANGUARDIA, 28 de julio de 2010.
imagen, Peine del viento (Eduardo Chillida), en Donosti-San Sebastián, en: http://www.flickr.com/]
imagen, Peine del viento (Eduardo Chillida), en Donosti-San Sebastián, en: http://www.flickr.com/]
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