sábado

(112.0) lorca. actualidad en la prensa

lorca con dolor

Cuando la naturaleza chilla, las palabras enmudecen. Quizás porque la gramática de la vida no se escribe con el diccionario que cada uno se ha inventado -con más improvisación que eficacia-, sino con las reglas que la biología impone. Y a pesar de que los seres humanos hemos llegado a ser unos personajes egocéntricos y vanidosos que creemos que dominamos el alma del universo, en realidad no somos más que el polvo que recuerdan los textos bíblicos. Polvo, y por el camino entre el polvo del inicio y el polvo del final, un tiempo y un espacio para llenarlo de emociones, de ilusiones, de miedos, de esperanzas, de victorias y derrotas, de errores y aciertos, de amor y desamor...

John Lennon escribió que la vida es "aquello que nos va pasando mientras nos esforzamos en hacer otros planes", y así es en la mayoría de nosotros, jinetes inconscientes en carrera permanente sobre caballos ciegos. Quizás deberíamos escuchar a un gran filósofo que, en su rato libre, hace de cómico, Andreu Buenafuente, que dijo aquello de que "la vida empieza cada cinco minutos". O acaba... Y cuando la muerte llega de repente, como una intrusa siniestra que no llama a la puerta, ni envía malos augurios, y lo hace de la mano de una naturaleza que recuerda abruptamente su existencia, entonces es una muerte seca, que lo reseca todo. Así ha sido en Lorca, cuando las agujas del reloj han frenado su movimiento pausado y han parado el tiempo.

Unos segundos de tierra abierta desde las entrañas del planeta, y de repente han caido edificios, se han aterrado miles de personas, centenares han sido heridas y la insensible hoz de la muerte ha escogido a sus víctimas.

Antes de las 18:47 tenían una vida que latía indolentemente rellena de ilusiones y de esperanzas. Y, en un segundo, nada. No han servido de nada las emociones que les llenaban, las ideas que les motivaban, los proyectos que construían, la gente que los quería. No ha servido de nada el tiempo que tenían derecho a vivir, el libro de la vida que tenían que escribir. Porque cuando la naturaleza chilla, las palabras enmudecen...

¿Qué decir en estas pobres líneas que se esfuerzan para expresar todos los significados de la palabra solidaridad? Quizás nada, sólo la expresión pública por el dolor ajeno que, a la vez, es cercano, íntimo. Ponerse en la piel de las víctimas, de sus familias, lo absurdo de una muerte que no estaba escrita, el grito de la naturaleza cuando se abre paso sin pedir permiso, palabras sentidas... sólo palabras...

Llegarán los tiempos de las preguntas, la construcción de los edificios, las prevenciones, todo lo que es preciso interrogar para saber si todo lo que se puede hacer está bien hecho. Quizás vendrán las polémicas. Pero ahora sólo queda la sacudida emocional de un pueblo con dolor, que intenta llorar la muerte absurda de su gente. Desde esta humilde columna, sólo puedo expresar un sentimiento de estima, un aliento de ánimo, un lloro compartido, con la honda convicción de que todos somos un mismo dolor, cuando la tragedia desplega sus alas.
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[Pilar Rahola, LA VANGUARDIA, 13 de mayo de 2011 (traducido del catalán). Imagen en: http://escapadas.viajesiberia.com/]
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