la apasionante aventura de leer
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Todo lo que se logra con dificultad es mucho más gustoso, aunque hoy está de moda lo que se consigue fácilmente. Esta es una reflexión a raíz de los datos que nos llegan de todas las encuestas: los niños y sobre todo, los adolescentes leen muchísimo menos que hace unos años. Como nuestra vida cotidiana está ya invadida por pantallas de diverso tamaño, la explicación a la pérdida del hábito de lectura parece fácil y, sin embargo, es mucho más compleja. No es tampoco fruto de la omnipresencia de la tecnología, porque los distintos medios de hacernos llegar la información no nos impiden leerla. Da igual que el libro sea electrónico o en papel, habrá que leerlo (¿supongo!); si no, será sólo un juguete para pasar páginas, y no un libro. El avance tecnológico no explica por sí solo el desastre en nuestra sociedad.
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La razón esencial está en el sistema educativo. Desde hace unos años los políticos que lo han programado han hecho caso a quienes subrayan la importancia de las actitudes y aptitudes frente al conocimiento; es decir, del vacío frente al aprendizaje. Se ha desacreditado el esfuerzo y la memoria, se han llenado los planes de estudios de asignaturas sin contenido. Ha desaparecido casi por completo la enseñanza de la literatura como materia, y los profesores se encuentran sin tiempo para estimular en los estudiantes el hábito de la lectura. ¿Cuándo van a poder los profesores enseñar a leer a sus alumnos las grandes obras literarias, que son las que enriquecen las lenguas y a quienes las hablan?
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Los organismos que deberían poner los libros en manos de los estudiantes son los que los queman, como los bomberos de Fahrenheit 451: quitan las asignaturas que tienen que ver con ellos, y luego se rasgan las vestiduras ante los datos de las estadísticas. La única esperanza reside en que padres y profesores actúen como los que aprendían de memoria los libros para preservarlos de la quema oficial. Los padres tendrán que aprovechar esos minutos de despedida antes del sueño de sus niños para convertir la lectura en una actividad gozosa compartida. Y los profesores deberán arañar tiempo para poner los libros en manos del niño, del adolescente y enseñarles esa gran lección: el mucho placer que da lo que cuesta un poco al principio. Es la apasionante aventura de leer.
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[Rosa Navarro Durán, LA VANGUARDIA, 22 de abril de 2010]
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