los escritores, el día del libro
Hoy apareceremos juntos en gloriosa exhibición. Los hay que incluso desayunan en grupo y se hacen una foto. Luego vamos de un lado a otro de la ciudad, llegando tarde a todas las citas porque no hay otra forma de que quien prepara la lista de lugares donde hay que firmar (el distribuidor) entienda que si desde las 11 y hasta las 12 estás en Fnac El Triangle, no puedes estar a las 12 en Laie, en paseo de Gràcia con Casp. Sólo los superhéroes son capaces de trasladarse instantáneamente de un lugar a otro, sin necesidad de diez minutos para recorrer este tramo entre el gentío. Pero los que preparan la lista dan la impuntualidad por supuesta en un país donde lo excéntrico es ser puntual y sufrir si las circunstancias te impiden serlo.
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Luego, en los tenderetes nos sitúan uno al lado de otro. Siempre pienso en las putas de Amsterdam, en sus escaparates contiguos. Puede que al lado te toque un escritor que te gusta, pero te puede tocar uno a quien odias. Si el odio es mutuo, el comportamiento que hay que seguir es el de Laporta y Sánchez Libre en el palco del Espanyol, el sábado. Si hay buen rollo se comenta la jugada hasta que se forman las colas. A partir de este instante se acaba la cháchara, porque el trabajo es el trabajo, y firmar libros forma parte de él (a no ser que, como Sánchez Piñol, te acojas a la posibilidad de negarte). Pero, atención: cualquier escritor que tenga una cola discreta y no quiera perderla, hará bien en dedicar parsimoniosamente, entreteniéndose. Es importante tener cola, aunque sea poca. Porque, hoy, los compradores son gregarios. Igual que, en coche, rechazan los carriles vacíos y se añaden al carril donde más vehículos hay ("por algo será", piensan), aquí lo mismo.
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Las horas fluyen con lentitud, amenizadas por los comentarios enriquecedores de los que esperan que les firmen un ejemplar. El más clásico es el de quien -igual que en el ascensor, para romper la tensión, habla del tiempo. Le dice al escritor: "Uy, hoy acabarás con la muñeca destrozada". Hace dos años, en el paseo de Gràcia, una señora me dijo: "Te sigo desde que te descubrí con Sin noticias de Gurb. Qué novela tan divertida". Luego hay quien se acerca, te alarga el libro y, con gesto magnánimo, te dice "Ponme lo que quieras". Y lo agradeces, porque por el mismo precio podría haberte dicho "Ponme exactamente lo que te voy a dictar". También hay quien te sitúa el volumen delante y te pide "Escríbeme una dedicatoria original". Pero, claro, ¿qué considerará original esa persona a la que no conoces? Puede que lo que tú creas original le parezca anodino, y viceversa. Llegados a este punto, una confesión: para mí, el comentario más enternecedor del día del Libro es el de quien te lo alarga, te pide que se lo dediques y, mientras te aplicas a ello, te observa con cara desganada (por no decir de asco) y finalmente te dice: "Siempre debes de poner lo mismo, ¿verdad?".
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[Quim Monzó, LA VANGUARDIA, 23 de abril de 2010.
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Vocabulario:
gentío -> muchedumbre. cháchara -> charla inútil y frívola. Charla intrascendente.
parsimonia -> calma o lentitud excesiva.
anodino, a -> insignificante, insustancial.
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