miércoles

17.2 cuentos taurinos. actualidad en la red

la luna y yo
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La Luna me estaba mirando, blanca, redonda, pura. Era una noche fresca, serena. Más allá, fuera de mi finca, palpitaba el campo. La vida en movimiento. En la casa todos dormían. Y yo, allí, bajo un cielo de estrellas, sin sueño. Los nervios. Ya me lo habían advertido. El miedo, la vigilia, la tensión. La boca seca, el corazón alborotado, las manos temblorosas. Unas horas para el momento de la gran verdad. Mi debut. Una novillada picada. Todas mis ilusiones depositadas en ese festejo, todas mis esperanzas esperando ser promesas. La hora de demostrar, de decir ¡aquí estoy!, de empezar algo que sea el principio de una carrera excelente. Mi familia. Ha llegado el momento de no defraudar a mi familia, de agradecer sus desvelos, su confianza. De regalarles, a todos, un triunfo por tantas horas de fatiga y sacrificios. Mi familia también duerme. Dentro, en la casa, todos duermen. Huele a primavera, a campo, a nuevo. La noche avanza, lenta, pero firme, muy pronto amanecerá, una línea de fuego rojo cruzará el cielo. De momento, hasta el día duerme. Sólo yo, sin sueño, sigo aquí, acompañado por la Luna. Mañana, mañana me acompañará el sol.
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niño y hombre
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Y creyó escuchar, en su duermevela, el eco último de los aplausos. Y soñó otra vez los rostros satisfechos de la gente, la dulzura de las caras femeninas, el gesto de agrado de los hombres, la sonrisa pícara de las muchachas.
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Y se enfrentó otra vez al toro, al primero de su lote, aquel toro cuya mirada le había traspasado las entrañas. Y se midió con él, y estudió sus movimientos, y al final le cortó dos orejas. Y se sentó de nuevo en la furgoneta, y disfrutó de la palmada en el hombro que le ofreció su mozo de espadas, y conversó nervioso y tímido con su cuadrilla, y llegó al hotel, y otra vez fue aplaudido, y en el ascensor lo besó una anciana entusiasmada. Y ahora se enfrenta al sueño. Reza, cristiano de fe, y agradece en silencio las enseñanzas de su padre, torero retirado. Y bosteza, se rasca un grano, chiquillo al fin, son sólo dieciocho años escasos. En la mesilla, una novela juvenil y una PlayStation. Adolescente en el dormitorio y hombre en la plaza.
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Y se duerme, al fin, satisfecho, superada con éxito su primera tarde como matador.
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[Cristina Padín, en http://www.toreralia.com/]

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